miércoles, 4 de febrero de 2009

Los hijos de Rushdie

Leí esta profética obra aquí en mi ciudad… hace muy poco. No, no vale, no puedo dejar de decir cuando exactamente, la semana pasada. ¿Y la hora? La hora en que comencé también es importante, empecé a la medianoche con la primera página. (Permitidme esta licencia). El tic tac de mi reloj digital cantó alegremente cuando di inicio. Bueno, me explico, me explico: en el instante mismo en que supe que recuperaba mí tiempo perdido de lecturas atrazadas. Tuve suspiros de asombro. Y en el fondo de mi mente, alegría y respeto profundo.

Sir Salman Rushdie es el heredero por ontomasia de Zherezada, y lo mismo que en los interminables cuentos de Las mil y una noches, en su obra maestra Los hijos de la medianoche ha compuesto una larguísima sinfonía de recuerdos apologías acusaciones juicios, una diatriba inmensa sobre la historia de la India, del individuo y de la raza humana. Porque la historia de todos los países es la misma, todas las guerras son las mismas guerras, todo el dolor es el mismo dolor, los muertos de los otros son nuestros muertos.

A lo largo de un tremendo fresco, el autor nos relata minuciosa y fascinantemente toda la saga de una familia, de un país, de la humanidad; a través del retrato de toda una generación sometida a los designios del inexorable destino, o más bien a los dictámenes de las profecías que desde el nacimiento del protagonista (o antes, mucho antes) han atado a todos los personajes a su inevitable cumplimiento; cual si tratara de marionetas que no tienen otra alternativa distinta al de ser manejados por los hilos invisibles de la historia que ya esta pre-escrita.

Tal vez lo más sorprendente de la novela sea la misma prosa de Rushdie (a mi me dejó alhelado), cual profeta Tiresias lanzando sus oráculos, o como masoreta de la historia, que no hace más que recoger las cenizas de manuscritos quemados por la oficialidad, en donde yacen las verdades que la historia se niega a revelar, pero que el taumaturgo revela con implacable tenacidad y con un grado alto de compromiso histórico. Una prosa que lo ubica como el máximo representante de la escritura de dicho continente. El es en la prosa lo que Tagore en la poesía.

Dotado de una imaginación portentosa y de un exotismo sin límites, esta obra que a veces parece grandilocuente, nos hace parecer pequeños, indignos de recorrer sus páginas, de compartir o de ser testigos de los avatares de toda una genealogía marcada por el designio fatal. Después de leer esta obra cualquier otra nos va a parecer de inferior calidad.

No se encuentra esta novela exenta de humanismo, de una sensibilidad que nos conmueve, de unos acontecimientos extraordinarios que nos conducen de manera vertiginosa e inevitable hacia su ineludible destino; una narración bíblica que se niega a terminar, que se apodera de nosotros mediante un estilo único que nos hace quedar atrapados dentro de sus páginas y convertirnos en partícipes (ya no en meros espectadores) de un drama de connotaciones cósmicas; de una epopeya que trasciende más allá de un mero ejercicio escrito, ya que se trata de contar nuestro propio pasado y predecir nuestro futuro; pues como se ha dicho nuestra historia es la misma historia de todos, una historia plagada de derrota barbarie odio y genocidio; la cual heredarán nuestros hijos para cumplir a su vez su fatídico destino que será igual al nuestro, hasta que mil y una generaciones hayan pasado, y pueda por fin nacer una generación nueva que pueda saber y entender.

Por: Alec Luis

Aquí en este enlace una interesantísima semblanza sobre el recorrido de este reconocido escritor:

http://www.elmundo.es/larevista/num106/textos/sal1.html

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