martes, 25 de noviembre de 2008

Tres enigmas praguenses

Por: Eva Manethová
El primero:

En su libro "Todas las bellezas del mundo", el poeta checo Jaroslav Seifert, Premio Nobel de Literatura 1984, recuerda los enigmáticos fenómenos descritos por el emperador romano germano y rey checo, Carlos IV, que reinó en el siglo 14. Cuando regresó de Francia para subir al trono que ocupara su padre, Juan de Luxemburgo, el joven soberano encontró el Castillo de Praga en un estado de deterioro lamentable.

Tras ordenar los correspondientes trabajos de reparación, Carlos IV se hospedó en la sede del burgrave. Y precisamente en esa casa el emperador fue testigo de un singular suceso que narra en su libro autobiográfico "Vita Caroli". Seifert opina que no se trata de una historia inventada, ya que el emperador era un ferviente creyente,y por eso incapaz de mentir. Tenía, además, un testigo fidedigno, el señor Busek de Velhartice.

En una lúgubre noche de invierno, el monarca y el señor Busek regresaron a Praga desde el Castillo de Krivoklát, y fatigados por la cabalgata, en la sede del burgrave se acostaron en sus lechos cubiertos de pieles. Afuera hacía mucho frío y en la chimenea crepitaba alegremente la leña. Sobre la mesa ardían varias velas y en un escaño, situado junto a la pared, se hallaban jarros con vino.

Cansados del viaje con un tiempo de perros, los dos señores no tardaron en dormirse. Sin embargo, su descanso no duró mucho tiempo. De repente fueron despertados por el ruido de pasos en la sala. El emperador pidió al señor Busek que mirara enseguida quién caminaba por la pieza, pero éste no vio a nadie. Tras ello, el señor Busek encendió más velas y echó más leña al fuego de la chimenea.

Cuando ya estaban a punto de volver a dormirse, a la luz del fuego y de los cirios vieron que uno de los vasos que se hallaban en la mesa se cayó sin que nadie lo tocara. Y en el mismo instante, el vaso, arrojado violentamente, voló por encima del lecho del señor Busek hasta el otro extremo del aposento, y desde allí rodó a la antecámara.

El emperador y el señor Busek no vieron a nadie. Tan sólo escucharon cómo retumbaban los pasos cuando se iba el visitante invisible. Por más que se esforzaran, no vieron a nadie, así que se persignaron y volvieron a dormirse. Y durmieron sin ser molestados hasta la mañana del día siguiente. Cuando se despertaron, en el centro de la sala se hallaba un vaso volcado.

El segundo, también contado por Jaroslav Seifert:

Antes de la Segunda Guerra Mundial, el poeta checo Jaroslav Seifert residió en una casita adosada a la Torre Daliborka, en el Castillo de Praga. De la casita podía verse un viejo nogal y al pie de él el lugar donde había sido decapitado , en la Edad Media, el caballero Dalibor. En una casita vecina residían tres mujeres: la abuela y la hija trabajaban como guías en la torre Daliborka, y la nieta se desempeñaba como funcionaria al igual que la esposa de Seifert.

Al patio en que se hallaban ambas casitas daba acceso una imponente puerta que se cerraba de noche con una llave que pesaba casi un kilo. El poeta regresaba a su casa bastante tarde de las agradables tertulias con sus amigos, y cuando la puerta ya estaba cerrada, se veía obligado a tocar una campanilla y solicitar a las vecinas que le abrieran la puerta.

Era desagradable ya que generalmente venía abrir la anciana que refunfuñaba y reñía al poeta trasnochador. En vista de ello, a la mujer de Seifert se le ocurrió que, llegada la noche, ella podía esconder la llave debajo de la puerta donde no sería vista desde la calle, y el marido la recogería y abriría sin las habituales controversias con la vecina.

Todo marchaba a la perfección hasta que un día una intensa nevada acumulara al pie de la puerta un montón de espesa nieve. Por más que buscase, Seifert no logró encontrar la llave. Tocó la campanilla y al cabo de un rato vino la anciana para abrirle. Reprendió a Seifert por su llegada tan tardía y comentó que había adormecido tan profundamente que no podía despertarse.

Al llegar a su casa, Seifert le contó a su esposa el episodio nocturno con la vecina. La mujer lo miró espantada y le explicó al poeta que la anciana había fallecido unas horas antes y su cadáver yacía en la casita vecina rodeado de cirios.

Al adormecer, Seifert se dio cuenta de que la anciana había venido a la puerta con una vela en la mano y con un atuendo fúnebre.

El tercer cuento misterioso tiene por escenario uno de los monumentos arquitectónicos más bellos de la Ciudad Nueva de Praga, el palacete de Michna, situado en la calle Ke Karlovu, conocido desde mediados de la pasada centuria como el palacete América:

Con este edificio está relacionada una leyenda de veras espeluznante: a comienzos del siglo pasado se reunía en él una logia masónica. La esposa de un masón recién admitido se coló en una sesión de masones y solicitó a la cúspide de la logia que liberara a su esposo de los votos de pertenencia a la comunidad masónica.

Después de cierta vacilación, el Gran Maestro mostró a la mujer un libro con los nombres de los afiliados. Le ofreció una aguja de oro, matizando que su esposo dejaría de ser masón si ella clavaba dicha aguja en el corazón pintado al pie del nombre del marido. La mujer siguió el consejo pero al llegar a casa encontró a su esposo sin vida, con la aguja de oro CLAVADA EN EL CORAZÓN.
 
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