domingo, 22 de agosto de 2010

El decálogo de Thomas Pynchon

Hay escritores que detestan ejercer de escritores. Creen que la obra literaria se explica por sí misma, que todo lo que tienen que decir está contenido en sus novelas o en sus poemas, y rechazan entrevistas, premios, homenajes y cualquiera de las sevicias que impone la vida literaria. Desdeñan venderse a sí mismos como peponas de feria, el arduo self-marketing, la laboriosa producción de la propia presencia que forma parte enojosa e inevitable del oficio de escritor y que a menudo exige más tiempo, energía y determinación que la construcción de la obra artística.

Si hay escritores que no escriben (los bartlebys), también hay escritores que sólo escriben; no se hacen fotografías, no opinan en la prensa, no acuden a universidades de verano, no presentan libros de otros, no forman parte de jurados ni comités ni academias. Los grados de este rechazo van desde el huraño y misántropo (Rafael Sánchez Ferlosio) al misterioso (Maurice Blanchot) o al tímido (Julien Gracq).

Este rechazo a ejercer de personaje público tiene ejemplos extremadamente coherentes y espectaculares (hay quien los llama "patológicos"): Cormac McCarthy, J. D. Salinger, Thomas Pynchon.

De Pynchon no se conoce ninguna fotografía en los últimos cuarenta años. Sus editores no le han visto nunca la cara, y si le han dado premios ha mandado a falsos pynchon a recogerlos. Dicen que vive en Long Island y que está casado con una agente literaria de Nueva York. Que adora México. Pynchon se ha convertido en un pesonaje de culto, y el misterio que lo envuelve da lugar constantemente a numerosos bulos y rumores.
Marketing paradójico: cuanto más ocultas tu presencia más expectación creas en torno a ella.
En el prólogo a su libro de cuentos Un lento aprendizaje, Pynchon desgrana algunas reflexiones sobre el arte de escribir a propósito de estos cuentos de juventud que el Pynchon maduro cree cargados de defectos; una suerte de breve y lúcida poética que condenso en forma de decálogo:

Decálogo de Pynchon

1. Es erróneo comenzar con un tema, símbolo u otro agente unificador abstracto, y luego intentar que los personajes y acontecimientos se le adapten a la fuerza.
2. Sé demasiado conceptual, demasiado listo y remoto y tus personajes se morirán en la página.
3. Me guiaba por el lema "hazlo literario": un mal consejo.
4. Sin algún anclaje en la realidad humana, lo más probable es que uno se quede sólo con otro ejercicio de aprendiz.
5. Es una mala manera de escribir un relato: empezar con una acuñación termodinámica, los datos de una guía, y solo entonces intentar el desarrollo del argumento y los personajes. Esto es entenderlo todo al revés.
6. Entonces era joven, y me interesaba más confiar al papel una variedad de abusos, como el de escribir en un estilo recargado... Lo que puede ocurrir cuando uno emplea demasiado tiempo y energía sólo en las palabras.
7. Escribir sobre lo que se conoce. El problema es que en la juventud creemos saberlo todo, o mejor, desconocemos el alcance y estructura de nuestra ignorancia. Familiaricémonos con nuestra ignorancia, para no tener que echar a perder un buen relato.
8. Los aprendices, en todos los campos y épocas, desean ansiosamente ser viajeros.
9. El aprendizaje avanza continuamente.
10. Ya has practicado bastante. ¡Ahora escribe!

(THOMAS PYNCHON, Un lento aprendizaje, Barcelona, Tusquets, 1992. Traducción de Jordi Fibla)
El escritor argentino Rodrigo Fresán tiene un magnífico artículo sobre Pynchon en el suplemento de libros del diario Página 12:

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