lunes, 30 de noviembre de 2009

El Proust de Manhattan

La literatura norteamericana de este siglo es pródiga en leyendas de escritores secretos: quizá Salinger y Pynchon se disputen el honor de ocupar el primer puesto del ranking, seguidos bien de cerca por Bernard Traven y por el inmenso Henry Roth. Otra de las leyendas es la que protagonizó Harold Brodkey, quien a raíz de la apabullante y contundente calidad y maestría de su prosa ha recibido el mote de "el Proust de Mannhattan", que en 1954 publicó un libro de relatos, Primer amor y otros pesares y cosechó los más encendidos elogios de una crítica que buscaba al gran narrador norteamericano por todos los rincones.

De aquel primer libro, un maestro del relato breve como John Cheever llegó a decir que Brodkey le hacía sentir en cada página que se encontraba ante un clásico. Sin sentirse presionado por el éxito de sus narraciones -se llegó a escribir que Brodkey era la estrella de su generación disputándole el puesto al mismísimo Salinger- Brodkey se dedicó a escribir una novela, la gran novela. Se lo tomó con la calma que su ambición y la ambición de la empresa exigían: dribló así durante mucho tiempo todas las expectativas, pues Brodkey se demoró durante décadas, pues sólo en 1991 se editó el resultado de tanta ambición: El alma fugitiva.

Pocos años antes, en el 88, ofreció un suculento aperitivo reuniendo relatos escritos durante tres décadas en Relatos a la manera casi clásica (el libro suyo en el que creo están las mejores piezas que escribió). El alma fugitiva es un minucioso tour de force, una novela que se sale de madre, que es un descarnado intento de comprensión del misterio de existir a la vez que un examen detalladísimo de unos tiempos en los que existir no parece tener ningún misterio. La búsqueda del amor, de ese Santo Grial laico, mueve al héroe de El alma fugitiva Wiley Silenowicz que, combinando lirismo y épica de lo cotidiano, va construyendo en el mundo feo en el que ha de vivir un mundo más limpio, más puro, más terrible también.

Por supuesto la lectura de esa novela no podía dejar indiferente a nadie, y Brodkey fue confirmado como uno de los grandes, confirmación que tuvo su reválida en su segunda novela, Amistad profana, una historia de amor en Venecia, menos arriesgada que El alma fugitiva pero sin duda más encantadora; más limitada y menos incómoda. Amistad profana se publicó en el año 94, y para entonces Brodkey ya sabía que tenía sida.

En los dos últimos años de su vida -si bien su vida había terminado cuando se le diagnosticó la enfermedad porque en ese mismo instante, como el propio Brodkey asegura, comenzó su muerte- Harold Brodkey se dedicó a padecer dolores y a hacer examen de lo que fue su vida. La editorial Anagrama, que ha publicado todos los libros mencionados hasta aquí, publica ahora la crónica escrita por Brodkey puesto ya un pie en el estribo, se titula Esta salvaje oscuridad, se subtitula La historia de mi muerte, y es una de las confesiones más intensas, hermosas y decentes que uno haya leído nunca.

Por supuesto uno advierte enseguida que la procesión -y la profesión- va por dentro, que el moribundo que trata de quitarle importancia a lo que le pasa -pues lo que le pasa no es nada, o sea, lo que le pasa es la nada a la que se asoma- para tratar de animar a su compañera y de, por favor, eso nunca, compadecerse de sí mismo, no son sino gestos de quien se ve obligado a echarle valor para representar un papel terrible.

En estas páginas respira el miedo, se nos contagia, nos asomamos al abismo gracias a una prosa portentosa, a una serie de reflexiones que no se ponen armadura ni parapeto para defenderse de la verdad, la terrible verdad. Así Brodkey repasa su vida y vuelve al presente, a su situación angustiosa, a su debilidad, y trenza recuerdos y medita acerca de la muerte y de la enfermedad, y esboza unas memorias de infancia (una infancia difícil, una adolescencia complicada, abusos sexuales de un padrastro, huidas hacia delante, terrores que lo hicieron ingresar en el infierno pero que también lo convirtieron en un escritor profundo) para concentrar toda su experiencia y los fantasmas que han generado en este puñado de páginas verdaderas, dañinas, monumentales.

Hay un motor evidente en este libro: la sinceridad. De acuerdo en que la sinceridad por sí sola no puede constituir un valor literario, pero cuando se apoya en el talento y la valentía de alguien como Brodkey no hay arma que se la pueda comparar. El resultado es un testimonio inolvidable que no puede leerse sin un nudo en la garganta. Y es que la historia de la muerte de Brodkey es un libro en el que milagrosamente late con fuerza la vida y no deja de ser un inmenso canto de amor al inexplicable milagro de haber vivido.

Juan Bonilla, El Mundo

Libros y Literatura:
http://www.libros-literatura.com/inicio/index.php?option=com_content&task=view&id=88&Itemid=46

El recuerdo fugitivo:
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/libros/10-2459-2007-03-04.html

Historia de una reputación:
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/libros/subnotas/2459-279-2007-03-04.html

El fin de la memoria:
http://www.clarin.com/suplementos/cultura/2001/06/24/u-01001.htm

martes, 15 de septiembre de 2009

He's like the wind


El ícono del cine en una particular perspectiva del escultor Alex Queral, esculpiendo la imagen de la conocida estrella de Hollywood sobre una guía telefónica. Dirty Patrick. R. I. P.

miércoles, 19 de agosto de 2009

2666: Un orgasmo literario

Hace tres diás y, una calurosa tarde de Agosto, me decidí a coger de la estantería de la biblioteca de la ciudad donde vivo una novela enorme (me refiero, en este momento, a su volumen físico) editada por Anagrama, de un escritor chileno al cual le vengo siguiendo los pasos hace meses, y cuyo título en forma de cifra me hace evocar el Apocalipsis.

Había leído un par de reseñas de 2666, había visto un par de recomendaciones en la revista que regalan en El Corte Inglés, recomendaciones de famosos del momento que se ven sometidos al típico interrogatorio de libro-película-cd, etcétera. Pero lo que acabó de convencerme para que la agarrara y la leyera fue la contraposición que hacía un tal Vila-Matas (que después supe mejor quién era) entre la obra de Bolaño y la Rayuela de Cortázar. Es decir, tomé el libro para saber quién era ese escritorzuelo que, según Vila-Matas, había dado un carpetazo definitivo a mi Biblia. Es decir, mi ánimo contra el libro no podía ser peor. Varias horas después ya era un incondicional de Roberto Bolaño.

2666 supone un orgasmo literario para mí. A través de la lectura, he entendido que la alusión a Cortázar y Rayuela no es más que mero marketing, pues ni Bolaño pretendía oponerse a Cortázar ni 2666 tiene que situarse frente a Rayuela. Son dos grandes obras, dos impresionantes milagros.
Las 1.119 páginas que componen la novela de Bolaño son un auténtico alegato a favor de la literatura y de la vida, o de la vida y de la literatura, porque para él, como se encargó de demostrar a través de toda su obra, son las dos caras de una misma moneda: el escritor.

Dividida en cinco partes (la Parte de los críticos, la Parte de Amalfitano, la Parte de Fate, la Parte de los crímenes y la Parte de Archimboldi), la novela presenta un sumo protagonista común: la violencia. Queramos o no, seguimos muy cerca de ese animal que fuimos, que seguimos siendo, y que sólo con la provocación de un taxista paquistaní sale a la superficie de nuestro ser, aunque seamos dos reputados filólogos, dos intelectuales.

Cada una de las partes presenta una forma de narrar distinta, un tono diferente. Se pueden leer por separado (el crítico Ignacio Echevarría explica en una nota final que el propósito de Bolaño antes de morir era editarla así, para que su venta fuera más sencilla), pero juntas, con ese inquietante título en forma de cifra, forman un conjunto impresionante, espeluznante; porque además, si se lee como un todo, se pueden descubrir múltiples permeabilidades que le dan sentido y unidad al conjunto.

Maestro a la hora de crear personajes, contumaz contador de historias, 2666 hace un repaso por la historia del siglo XX a través de un personaje, el escritor Hans Reiter, quien utiliza el pseudónimo de Benno von Archimboldi, y a través de una ciudad, Santa Teresa, trasunto de la mexicana ciudad fronteriza de Ciudad Juárez, famosa por los crímenes de mujeres que año tras año, desde principios de los noventa, se vienen cometiendo allí y que siguen, en su gran mayoría, sin resolverse.

Pero hay más, hay mucho más encerrado en cada uno de los párrafos de esta obra, párrafos que como peces-globo se hinchan para cargarse de significados, y que con sus afiladas púas señalan, no sólo al resto de la obra del chileno, sino al resto de la literatura que se ha escrito, esa literatura que tanto amaba y que tan bien conocía, sin necesidad de haber asistido a una prestigiosa universidad, porque su universidad fueron sus ojos, y sus aulas las páginas de las grandes obras (y de las que no lo eran también) que tanto placer le otorgaron.

Murió Bolaño, nació su leyenda. 2666 supuso su colofón póstumo, su último regalo a los hombres (me niego a catalogar El secreto del mal como algo más que un conjunto de borradores). Les invito a adentrarse en un universo peligroso, fascinante, conmovedor. Corren el peligro de no querer volver, pero el viaje merece la pena. Se los aseguro.

Raúl Rubio Millares

domingo, 9 de agosto de 2009

Bolaño salvaje

A pesar del boom comercial de las últimas décadas, la literatura latinoamericana está aún lejos de alcanzar pleno desarrollo y madurez y, muy seguramente, ya no los alcanzará nunca porque la globalización está acabando con las fronteras y con las identidades culturales que crecían al resguardo de esas mismas fronteras. Pero si hay un libro donde se puede decir que la literatura latinoamericana ha alcanzado la adultez y se ha integrado por completo a la historia de la literatura universal, ese libro se llama Los detectives salvajes. Como toda obra maestra, Los detectives salvajes es heredera y al mismo tiempo se aleja de la tradición que la precede; en el libro se da por superada la obsesión de la literatura anterior por fundar el imaginario mítico del continente y se entra en un territorio plenamente humano donde el tema central es la soledad, o sea, la incapacidad de amar y el exilio tanto interior como exterior que está soledad genera.

Escrita también sin el afán de producir vanguardias estéticas, la novela recrea los viajes y las peripecias de dos poetas sin rumbo y, más que narrar una época, cuenta cómo los personajes intentan evadir los tiempos que les tocó vivir. Ha pasado la efervescencia de las revoluciones y no queda más que darse por vencido, acomodarse o irse al exilio. Los personajes de la novela, románticos incorregibles, intentan el exilio para terminar dándose cuenta de que lo único que han conseguido con tanta huida es acomodarse. Armado mediante una infinidad de primeras personas y también mediante innumerables escenarios, historias y personajes, el libro recrea unos seres perdidos en la geografía del planeta, perdidos en sus ilusiones insatisfechas y, sobre todo, perdidos en un mundo donde ya no hay certezas y donde ya sólo se puede vivir de recuerdos falseados y de ilusiones siempre a punto de desaparecer.

Sin embargo, a pesar de ese halo desencantado y triste, no hay libro más vital y divertido que Los detectives salvajes. Cada una de sus páginas rebosa un humor negro y una ansiedad por vivir que hacen imposible alejarse de la lectura. Tal vez, porque perdida la utopía, sólo quedan los pequeños detalles, los diálogos entrecortados, las miradas perdidas en busca de un abrazo o los polvos echados más por consuelo que por amor. Las peripecias de los personajes, muy lejos ya de la realidad mágica de Carpentier y García Márquez o de la angustia histórica o social de Vargas Llosa, son adictivas y si algo espera el lector es que esos centenares de personajes sigan hablando, sigan contándole historias: historias íntimas así sucedan en la calle, historias donde cada uno es dueño de su propia desgracia y aun así sigue buscando un poco de compañía en los otros.

Leer Los detectives salvajes es esencial porque más que mostrar el fracaso económico, político y social de América Latina, sirve para ver las consecuencias humanas de este resonante fracaso. Los detectives es un libro absoluto y desgarrador, un libro escrito contra la mediocridad no sólo del continente, sino contra la mediocridad de sus escritores; una novela llena de poesía y talento que aunque nos enfrenta a nuestros vicios, consigue darnos aliento y alegría para seguir soñando. Con Los detectives salvajes, Roberto Bolaño dejó atrás las palabras demagógicas con las que se suele escribir la mayoría de literatura en estas tierras y puso sobre la mesa un lenguaje menos pretencioso, pero más vital y cotidiano. Nos enseñó que a pesar del servilismo y la propensión a la traición que ha sido y sigue siendo la peor epidemia padecida en la América hispana, hay siempre un pequeño reducto de rebeldía por el que se pueden colar las historias y los personajes con los que necesitamos tropezar a diario para mantener vivos un poco de amor, un poco de fe y un poco de esperanza.

Sergio Álvarez
Escritor colombiano, autor de La lectora

sábado, 27 de junio de 2009

Michael Jackson: Un hombre natural


Michael Jackson



 
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