martes, 5 de agosto de 2008

La resurrección de Julio Verne

Cuando todo parece indicar que el tema Julio Verne está agotado, este ensayo nos permite reflexionar sobre todo aquello que en la obra del francés no es transparente. Y más allá de su aporte al desarrollo de la ciencia-ficción dura parece haber muchas otras cosas dignas de estudio.

Julio Verne nació en 1828 en Nantes, ciudad portuaria que fuera hogar de los duques de Bretaña y que sería severamente bombardeada en la Segunda Guerra Mundial. Hoy en día, la ciudad mantiene un museo Julio Verne y realiza anualmente el Festival Utopiales, uno de los principales eventos europeos de ciencia-ficción.
Verne falleció en 1905 como uno de los autores más leídos del mundo. Sin embargo, en el final de su vida parecía frustrado, especialmente por la negativa de la Academia Francesa de Letras de acogerlo en su seno. Cien años después, su fama e influencia todavía se hacen sentir, mientras que a duras penas recordamos a otros escritores de su tiempo, como presentía Raymond Roussel: «Verne seguirá existiendo cuando todos los demás autores de nuestra época ya hayan sido olvidados hace mucho tiempo.»
Varios de sus 60 libros de la colección Viajes Extraordinarios son incluidos en la actualidad dentro de la ciencia-ficción, en virtud de nuestra mirada retrospectiva, y el nombre mismo de la colección bautizó la manera principal de hacer CF en la Francia del siglo XIX (en Inglaterra, el género era conocido como «romance científico»). Su propuesta de «resumir todos los conocimientos geográficos, geológicos, físicos y astronómicos recolectados por la ciencia moderna, y rehacer, bajo la forma atrayente y pintoresca que le es propia, la historia del universo» parece surgir tanto de sus propias ambiciones como de la figura de su editor, Pierre Hetzel. De hecho, fue Hetzel quien lo contrató para su publicación Magasin d’éducation et de récréation, ya que anteriormente Verne escribía comedias y operetas para los teatros de París.
En Viaje al centro de la Tierra (1864), en De la Tierra a la Luna (1865) o en Veinte mil leguas de viaje submarino (1869), Verne exploró la ciencia de su época de manera cuidadosa y didáctica. Difundió las ideas de Darwin en el primer libro, anticipó la necesidad de una posición ecuatorial para las bases de lanzamiento de cohetes (el Cabo Kennedy) y el «amarizaje» de las naves que reingresan a la atmósfera, en el segundo; y el submarino como arma estratégica en el tercero. Defendiendo su método, criticó la fantasía científica de H. G. Wells Los primeros hombres en la Luna (1901), que comparte la misma temática de la novela verniana de 1865. Allí nace el eterno debate de la ciencia-ficción en torno al rigor científico.
De hecho, Verne no previó o descubrió el dirigible, el submarino, el cohete o el autómata, como muchos piensan. Simplemente extrapoló –imaginando un desarrollo posible– las ideas que ya circulaban. Su mérito, quizás, estaba más en darle una forma tan concreta y apasionante a sus visiones, haciéndolas ver más reales que la propia realidad. Cuando Santos Dumont, un fanático de Verne, viajó a Europa para empaparse con los últimos desarrollos del globo dirigible, se sorprendió con el hecho de que todavía no habían sido inventados, en clara oposición a lo que sostenían los escritos del novelista. Y fiel al espíritu verniano, Dumont regresó para inventar el dirigible y mucho más.
Verne comenzó a ser imitado incluso cuando todavía vivía. El visionario artista Albert Robida pobló el futuro con imágenes de dirigibles, buzos y submarinos en obras como Le XXe siècle (1883), La vie électrique (1890) y La guerre au XXe siècle (1887), además de ilustrar los fascicules escritos por Pierre Giffard, La guerre infernale, explorando un costado mucho más pesimista.
Los fascicules fueron publicaciones populares –las dime novels francesas– que circularon especialmente entre 1907 y 1959, muchas veces explorando el romance y la ciencia ficción de influencia verniana, como en las novelas publicadas en Voyages lointains, aventures étrages, o en los seriales Aventures fantastiques d’un jeune parisien, de Arnauld Galopin, y Les voyages aériens d’un petit parisien à travers lê monde, un auténtico best-seller escrito por Marcel Priollet. El incansable pequeño parisino también estuvo en el espacio con Les aventuriers du ciel, de R. M. De Nizerolles. Otras series de aventuras baratas fueron Les Robinsons de l’île volante, del propio Nizerolles, y Les gangsters de l’air, de José Moselli.
La mayoría de estos autores fueron olvidados, pero bien pueden haber contribuido a llevar la influencia de Verne dentro del siglo XX, del mismo modo en que lo hizo Hugo Gernsback, editor natural de Luxemburgo. Creador de la frase science fiction, Gernsback fue el responsable de la formación de un mercado especializado para la CF a través de su trevista Amazing Stories, en 1926. Para señalar a los autores norteamericanos el tipo de historia que deseaba incluir en su revista, reeditó historias de Verne (como así también de Poe y de Wells).
En el Brasil, O Doutor Benignus (1875), de Augusto Emílio Zaluar, tenía la influencia de Verne claramente marcada en ese viaje extraordinario por el interior del país, de la misma manera que A Filha do Inca (1927), de Menotti Del Picchia, y una novela tan tardía como O Homem que Viu o Disco Voador (1958), de Rubens Teixeira Scavone. El propio Verne «anduvo por aquí» con una novela amazónica de 1881, La Jangada, aunque de hecho nunca puso un pie en Brasil. Como en muchos de sus viajes extraordinarios, su travesía era a través de la imaginación, inspirada en relatos ajenos: basta hablar de la aldea flotante bajando por el Amazonas, que sugiere la imagen de la fábrica flotante del malhadado Proyecto Jari.
Si bien Verne fue imitado, él mismo también imitó. Es el caso del helicóptero gigante de Robur, el conquistador (1886), que Verne habría «aprovechado» de la obra de uno de sus imitadores, el norteamericano Luis Senarens, que escribió una serie de dime novels protagonizadas por el héroe Frank Reade (entre 1876 y 1913). Pierre Versins, creador de la notable Encyclopédie de l’Utopie et de la SF (1972), realiza una extensa lista de los temas que Verne habría tomado de autores franceses e ingleses de los siglos XVIII y XIX. Incluso la «estrategia» de resumir los conocimientos científicos de la época habría sido intentada con anterioridad (aunque sin éxito, al contrario que Verne), de acuerdo con Versins.
Es bueno recordar que esta «polinización cruzada» es propia de los géneros populares, y tal vez uno de los méritos de Verne haya sido estar posicionado como figura central de ese proceso. No obstante, numerosos investigadores se preguntan qué lo hace único para la ciencia-ficción. De hecho, otros autores –muchos de los cuales tenían imaginación y capacidad literaria superiores– ya escribían viajes extraordinarios con anterioridad. Verne escribía ciencia-ficción dura de su tiempo: «Soy un escritor cuyo trabajo es registrar cosas que parecen imposibles, pero que sin embargo son absolutamente reales», dice el profesor Aronnax, el narrador de Veinte mil leguas de viaje submarino. La CF dura representa para muchos el «núcleo alrededor del cual gira la ciencia ficción» (en palabras del editor norteamericano David Hartwell). Pese a que Verne no siempre acertaba: el tema de la tierra hueca, que heredó de una sus principales influencias, Edgar Allan Poe, es una imposibilidad, de la misma manera que es imposible la superviviencia de los tripulantes de una cápsula espacial disparada por un cañón. Lo que cuenta es la intención de extrapolar estrictamente a partir del saber científico de su tiempo.
Su didactismo esconde, por ejemplo, un aspecto poco reconocido por los críticos: su ficción estaba anclada en el presente. Aunque haya tratado sobre temas del pasado histórico y prehistórico, y haya escrito algunas narraciones ambientadas en el futuro, Verne se refería siempre al ahora, al conocimiento actual del hombre del siglo XIX. No importaba que hablase de dinosaurios o de la Atlántida sumergida, su ficción exudaba una fuerte sensación de contemporaneidad, integrándose al contexto de las publicaciones populares en las que aparecían sus novelas. Los intereses cotidianos de las personas del siglo XIX –viajes, descubrimientos y hechos científico-aventurescos– eran incrementados y transformados en maravillosos en sus viajes extraordinarios. Así, la ciencia y la tecnología impregnaban la experiencia del hombre de ese entonces.
Para trazar un paralelo contemporáneo, su método y su anclaje en el presente estarían vivos en un Michael Crichton, que comparte otra característica con Verne: el hecho de ser un creador de best-sellers. De hecho, Crichton fue el primer «más vendido» de ciencia-ficción, a nivel nacional en la posguerra, con La amenaza de Andrómeda (1971), y sigue estando en gran forma, aunque su utilización cínica de los temores contemporáneos respecto de la ciencia y la tecnología son una estrategia que Verne no aprobaría.
El cyberpunk, el movimiento surgido dentro de la ciencia ficción que más la ha trascendido, tiene como ideólogo a Bruce Sterling, un declarado fanático de Verne que admite: «Comparto la tendencia verniana de escribir viajes fantásticos en los que la gente aparece rápidamente en los rincones más extraños del mundo. Es una buena manera de aportar una serie de datos en un texto, sin perder el interés del lector.» Sterling define al cyberpunk como una clase de CF dura. Como hacía Verne, el cyberpunk extrapola desarrollos inmediatos de la tecnología actual, ubicados en un futuro próximo. Y de la misma manera en que el escritor francés utilizaba muchos personajes norteamericanos o ingleses –países en la vanguardia de la producción científica del siglo XIX–, los autores globalistas del cyberpunk fueron a buscar la vanguardia de las nuevas tecnologías y de los comportamientos en Japón y en los «tigres asiáticos».
La influencia verniana está más presente en el steampunk, subgénero que Sterling creó con otro gurú del cyberpunk, William Gibson, a través de la publicación de la novela The Difference Engine (1992). Se trata de una ciencia-ficción retro, que regresa a las raíces del género en el siglo XIX. Según Sterling: «Nuestro plan original presentaba a Verne como personaje en The Difference Engine. Por suerte, recuperamos el juicio y no lo utilizamos. Desde entonces, ya escribí dos introducciones para reediciones de novelas de Verne, La vuelta al mundo en 80 días y La isla misteriosa.» El steampunk estuvo muy en boga en los ’90, antes de transformarse en un formato particularmente popular en las historietas y en el cine (The League of the Extraordinary Gentlemen y La liga extraordinaria, respectivamente).
Frente al «Problema Verne» –en palabras del respetado investigador Thomas Clareson– algunos dirán que la influencia del escritor en los siglos XX y XXI es apenas residual, y que su contemporaneidad es más que nada una curiosidad sobre una determinada época, el siglo XIX, en la que se construía la primera ciencia-ficción (y podríamos agregar, también el mundo tecnológico en el que vivimos). ¿Traerá el futuro próximo el olvido de su duradera fama?
No creemos. Simplemente, el Problema Verne será más profundo. Marcel Moré ha señalado las semejanzas entre sus escritos y las ideas de Nietzsche, en particular la posición del capitán Nemo, de Veinte mil leguas de viaje submarino, una especie de súperhombre nietzschiano, misántropo y dispuesto a perseguir sus objetivos más allá de la humanidad mediocre y vil. «¡Dí tu palabra y hazte pedazos!» (Así habló Zaratustra) podría ser el lema del aventurero submarino, un guerrero de origen indio que ha perdido todo a manos del colonialismo inglés (odiado por Verne), y que aspiraba a colectar el conocimiento de todos los océanos del mundo para entonces liberarlo en un arca sellada –como una especie de mensaje en una botella– el día de su muerte. Nemo financiaba movimientos de liberación con el oro recuperado de galeones naufragados, y atacaba al poderío naval de las potencias coloniales. El súperhombre nietzschiano fue repetido por el francés con Robur y su nave aérea. Verne, que proyectaba una imagen de burgués y positivista convencido, tenía tendencias de izquierda. De acuerdo con Moré: «En 1889 se presenta en las elecciones municipales de Amiens en una lista ultra ‘roja’.» París en el siglo XX, un inédito publicado póstumamente en 1994, sugiere temas sociales y el cuestionamiento del rumbo de la sociedad occidental, tópicos presentes en Verne desde el principio (el texto fue rechazado por Hetzel en el inicio mismo de la carrera del escritor). Para John Clute, uno de los principales críticos contemporáneos de la ciencia-ficción, «su último libro, La misión Barsac, es un salvaje ataque a la pretensión del Progreso Occidental de ser capaz de construir algo que se asemeje a una sociedad ideal», sugiriendo un arco argumental en la obra de Verne, a partir del cual el escritor habría regresado a sus convicciones iniciales. Por su parte, Michel Foucault, haciendo un análisis del discurso verniano detecta una tensión entre cierta inmovilidad del discurso del saber científico y su deseo de aventuras, en una frustrada búsqueda por el conocimiento del Yo.
El Problema Verne traería consigo, enmascarado con el deslumbramiento tecnológico, ese lacerante dilema entre el conocimiento del universo y el conocimiento de lo humano. Una cuestión que hoy en día está más viva que nunca. Viva, tal vez, por los próximos cien años.

Traducido por Horacio Moreno
© Roberto de Sousa Causo

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