sábado, 31 de enero de 2009

La Mamá Grande de las editoriales


Agente literaria española. Ha representado a Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa y a tantos otros escritores consagrados. Su imagen, ya mítica en el mundo literario, fue temida por las editoriales y amada por los escritores, ya que gracias a ella todo cambió a favor de los autores. A conocer a quien Gabo llamó la Mamá Grande.

La mamá de muchos escritoresEs un trabajo meticuloso, silencioso y casi desconocido, menos por quienes precisan de ella. Agente literaria que ha peleado como nadie por los derechos de los escritores, aquellos que se encontraban, hasta su aparición, sumisos a los caprichos de las editoriales.

Nació en Santa Fe, España, en el año 1930. Hija de unos pequeños propietarios rurales y la mayor de cuatro hermanas. Realizó los estudios primarios en su pueblo y en 1946 se trasladó con su familia a Barcelona donde realizó diversos trabajos bastante alejados de la literatura.
En 1955, el poeta español Jaume Ferran contactó a Balcells con los escritores de los 50 (los hermanos Ferrater, Jaime Gil de Biedma, Carlos Barral, Juan Goytisolo y Josep Maria Castellet). Trabajó como corresponsal en Barcelona en la agencia literaria ACER, propiedad del escritor rumano Vintila Hòria.

Tiempo después el escritor se fue a París y ella decidió fundar la Agencia Literaria Carmen Balcells, que comenzó con la gestión de los derechos de traducción de autores extranjeros. Luis Goytisolo fue el primer autor nacional que representó.
A fuerza de trabajo se ha transformado en la agente literaria más importante del habla hispana. Entre sus representados han estado Gabriel García Márquez, Camilo José Cela, Juan Goytisolo, Bryce Echenique, Mario Vargas Llosa y Manuel Vásquez Montalbán, etc. Todos éstos le han rendido honores.

Además Gabriel García Márquez, Juan Marsé, Juan Carlos Onetti y Autran Dourado, entre otros, le han dedicado novelas y Max Aub, Manuel Vázquez Montalbán, José Donoso y Carlos Barral la han hecho aparecer como personaje en sus obras.
Se la conoce como la Mamá grande, llamada así por Gabo (Gabriel García Márquez) aunque también se la ha nombrado como la agente 007. Todo comenzó cuando Carlos Barral, director literario de Seix Barral, le encargó que gestionara los derechos extranjeros de sus autores.
Éste fue el momento en que todo empezó a cambiar para Carmen Balcells, para los escritores y la industria editorial de lengua hispana -en principio-, pero también para la de otros países, ya que experimentó una transformación radical en el mundo literario.

Apenas inició sus tareas al servicio de Seix Barral, Carmen descubrió que la verdadera función de una agente literaria no era representar a un editor frente a otros editores, sino a los autores ante quienes los publicaban. Entonces decidió que a partir de entonces los contratos de edición los firmarían los autores, y que las condiciones de cada contrato las discutiría las editoriales con ella.
Esto ocurrió en los años sesenta y representó toda una revolución, ya que esta avasallante mujer comenzó a exigir a los editores que aceptaran plazos temporales para los contratos, que renunciaran a reservarse el derecho de gestionar las traducciones, y a veces, a pedirles controles de tirada y de impresión.
Interesante entrevista con esta dama:
Otra entrevista muy buena:
Velada al lado de Vargas Llosa:

sábado, 17 de enero de 2009

Wet Wet Wet - Angel Eyes


Disfruten de este vídeoclip del fabuloso grupo inglés Wet Wet Wet, en la gran voz de Marti Pellow.

Marti Pellow, nombre real Mark McLaughlin, nació en 1965 cerca de Glasgow y es famoso por ser el cantante líder del grupo de pop Wet Wet Wet. El grupo logró un éxito masivo a nivel internacional a finales de los 80 y durante los 90. Se separaron en 1999. Marti decidió emprender una carrera en solitario y en noviembre se embarcó en una gira en solitario. Su debut como solista titulado "Close To You" apareció en el año 2001 y, poco después, salió al mercado el álbum "Smile". Wet Wet Wet se reunió para tocar en diversas ocasiones en el 2004. Su segundo álbum se tituló "Between The Covers".



sábado, 10 de enero de 2009

La misión de la buena literatura es divertir


Jaume Vallcorba, galardonado con el Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial de 2002 concedido por el Ministerio de Educación, nos recibe en su despacho de la barcelonesa calle Muntaner. La sede editorial de El Acantilado y Quardens Crema está en una planta noble, decorada en tonos marfil en cuyas paredes se suceden fotografías del editor con importantes literatos actuales. El ambiente laboral de silencio, las diferentes estanterías y la robustez de su mobiliario responden a la idea que cualquier lector puede tener concebida de una 'fábrica de libros'. Vallcorba saltó a los titulares cuando en el año 2002 la Academia Sueca concedió a un escritor desconocido el premio Nóbel de Literatura. Se trataba del húngaro Imre Hertész y su obra había sido traducida a pocas lenguas, una de ellas el español, gracias a la apuesta personal del editor catalán. Una acción muy en consonancia con el objetivo que se marcó cuando se lanzó al mundo editorial independiente: recuperar viejos valores y apostar por escritores desconocidos.


¿Recuerda el primer libro que editó?
Perfectamente. Fue en 1979 y elegí la obra completa del poemario del escritor catalán del siglo XV, Osias Marco. Su obra ya había sido recogida, pero siempre en volúmenes didácticos dirigidos a filólogos del catalán. Acercar sus poemas al gran público, alejándome del cariz académico que le había rodeado hasta entonces, fue para mí un reto cumplido. Puede decirse que soy lector por pasión, tengo muy poco de escritor y llegué a ser editor por casualidad. Desde luego, mi condición de profesor universitario de literatura me acercó a la posibilidad de editar, y cuando surgió la oportunidad de crear una editorial coherente con mi pensamiento y mis aficiones literarias, me lancé a ello.

Exactamente, ¿cuál es la función de una editorial independiente como la suya?
Una editorial es una empresa, y como tal tiene el propósito de poner en circulación libros para que se vendan, con los que se hace negocio. Pero también tiene la función de preservar el patrimonio cultural y recuperar voces importantes para los lectores y para la historia de la literatura.

Para ello habrá de contar con escritores. ¿Cómo se encuentran con la editorial?
Existen dos cauces. Quien escribe en español manda el escrito al despacho o lo hace su agente en la confianza de que aquí se leen todos los originales que llegan. Cada vez son más pero mientras pueda seguiré leyéndolos, es algo que me divierte mucho. Por otra parte, seleccionar a un autor extranjero responde más a una decisión personal movida por un conocimiento que se tiene de su obra a través de la investigación de los movimientos culturales que quedan reflejados en los periódicos y revistas de calidad de todo el mundo. A partir de ahí, se contacta con el autor o con su agente.

¿Sucedió así con Kertész?
Efectivamente. Mi trabajo habitual me llevó a leer en el "Nuevo Diario de Zurich" un artículo sobre Kertész y me pareció interesantísimo. Empecé a investigar y la casualidad quiso que al preguntarle por él al traductor de alemán que trabaja con nosotros, un chileno hijo de la diáspora húngara, me elogiara su obra lleno de entusiasmo, incluso por gusto tenía empezada la traducción de Kaddish por el hijo no nacido, la primera novela suya que vio la luz en español. Me prestó más libros traducidos al alemán y empecé a leer El diario de Galeras, que publicaremos este próximo octubre. Me fascinó su escritura.

Y se convirtió en su editor. ¿Estaba ya encumbrado en su país, Hungría?
Qué va, para nada. De hecho, cuando dio la rueda prensa al conocerse la concesión del Nóbel, y a la pregunta de un periodista sobre su reconocimiento en Europa, me echó una flor. Afirmó que en Hungría vendía poco; que en Alemania, algo más, y que era España, gracias a su editor "loco", donde mejor iba su difusión. Me gustó aquel detalle.

Imaginemos a un lector que no puede investigar para decidir qué merece la pena leer. ¿Cómo no perderse en la marisma de títulos, autores y obras que aparecen cada día?
Es difícil, porque la cantidad de novedades que ven la luz, que casi se podrían contar por horas más que por días, es tan enorme que el lector se siente desconcertado. Un procedimiento, sin duda, es que la elección devenga de una conversación, de la recomendación de otro lector. Pero también sirve el dejarse guiar por una editorial. Pienso en mí mismo como lector, y existen editoriales que siempre han respondido a mi confianza, y acercarme a cualquier título nuevo de esas editoriales no me depara ninguna sorpresa desagradable. Quizá me interesa más o menos, pero cumple mis expectativas.

¿La buena literatura tiene que ser compleja?
Para nada. No debemos olvidar que la misión de la buena literatura es divertir. Se trata de una diversión que nada tiene que ver con el concepto imperante en la actualidad de salir de uno mismo. La lectura es el placer de interiorizarse y afecta a la propia condición del ser humano, al que hace disfrutar, aunque en ocasiones exija un esfuerzo intelectual. Pero no toda la lectura tiene el mismo calado. Las novelas policíacas no son profundas y, sin embargo, pertenecen a un género que resulta muy enriquecedor, tal vez porque leídas en la edad adulta suponen una regresión a la infancia.

A una infancia seguramente lectora. ¿Cuál es la clave para llegar a ser un buen lector?
Yo tuve la gran suerte de que en casa de mis padres no había un solo libro prohibido en la gran biblioteca y que para mí leer era una pasión, hasta el extremo de que mi madre me quitaba la bombilla de la lámpara de la mesilla de noche para que no abusara. Leí entonces las noveles de Julio Verne, La isla del tesoro, incluso de muy jovencito algo de Shakespeare, comedias como el Mercader de Venecia. Pero en igualdad de oportunidades salen lectores compulsivos y otros que sólo leen el BOE, o ni eso. Con esto diré que no existe ninguna fórmula para convertir la lectura en una pasión. Como método, sólo defiendo la importancia de leer con un diccionario. Además de que descubrir el significado de una palabra nueva es algo fantástico, no se puede seguir una lectura sin entender todos los vocablos. Una de las peores cosas que está sucediendo en los colegios es que a los textos de lectura se les acompaña de un glosario. A esto se suma el error de dar a leer libros conocidos en la lengua que conocen. Difícilmente los escolares van a aprender nada que ya no sepan, ni se despertará su curiosidad.

La feria del libro es un reclamo mercantil para promocionar la lectura, pero existen corrientes intelectuales que critican el hecho de que produce más público de libros que lectores.
Para mí, acudir a la Casa de Campo de Madrid y estar en la caseta de la editorial durante la feria se ha convertido en una cita ineludible. Disfruto escuchando a los lectores y observando cómo hojean los libros. Claro que me gustaría vender muchos libros, aunque algunos sólo sirvieran para ocupar un espacio en la biblioteca. Pero creo que la afirmación de que se compra más de lo que se lee oculta una crítica al esnobismo al que es de justicia reconocer cierto mérito. Gracias a estas personas intelectuales o estetas, diversas corrientes minoritarias que difícilmente iban a poder ser de acceso popular se han abierto al gran público.

¿Qué libros deben estar presentes en una buena biblioteca?
Las lecturas adaptadas a la edad me parecen un error descomunal.
Es difícil hacer una selección. Depende de la edad del lector, de su momento vital, de las circunstancias que le rodean. Sí me atrevería hacer un listado de aquello que se debe leer en edad escolar: El Lazarillo, Don Quijote, La isla del Tesoro, Robinson Crusoe... Pero hay tantos grandes autores... Lo que debería promocionarse es la lectura, sin sujeciones, y no intentar encuadrar la literatura en francesa, española o inglesa.

Pero no hay duda que leer literatura traducida, bien traducida, es difícil.
Lo óptimo es leer la obra en su lengua original. Esto no es posible en muchas ocasiones, sin embargo, las editoriales importantes cuidan mucho que sus traducciones estén a la altura del original, que logren darle el tono, ser el eco de la voz del autor, no de quien traduce.

¿Cómo son los escritores?
Hay de todo. No se puede definir al escritor. Lo único que les une es la estima a su obra y el mimo que solicitan para ella, pero después, sus personalidades son antagónicas. Los hay que sólo leen y otros a los que les gusta el cine; los que viven en el campo o los que prefieren la ciudad; los abstemios y los amigos del buen vino; los diurnos y los noctámbulos; los viajeros y los sedentarios; los que esperan la inspiración y los que trabajan para que les coja sentados.

¿Los libros son caros?
La afirmación a su pregunta es una de las dos coartadas de los no lectores. La otra es no tener tiempo. Por lo general, el precio de un libro en España está por debajo del que se paga en otros de países del Euro. Si lo comparas con la entrada de cine, de un concierto o una cena, creo que sale bastante bien parado.
En el número 86, de mayo de 2008 de la revista literaria El manpensante, apareció una deliciosa entrevista a este interesantísimo editor:
Vídeo de una expléndida charla de este editor:

viernes, 2 de enero de 2009

El Humboldt de Bellow


Plaza & Janés.
Trad. Monserrat Solanas.
1976. 572 págs.

Saul Bellow nos cuenta (en su novela El legado de Humboldt) la historia de Charlie Citrine, escritor de éxito que, curiosamente ha ganado el Pulitzer (creo que dos veces), y curiosamente el propio Bellow lo gana con ésta novela en 1976. Este tipo de cosas me divierten, quizá llegó la hora de verlas como una coincidencia curiosa a reseñar y no darle vueltas como lo hice con el protagonista de Así se templó el acero, donde a su vez aludí al Sensini de Bolaño. El propio destino de la obra que leemos está aludido en la propia obra. Cuando el azar hace que la metaficción anticipe lo real es divertido, pero no creo que deba pasar de anecdótico, o que lo necesite.

Otra anécdota: si ya en la reseña anterior de Bellow a su obra Herzog, y aludiendo a un comentario que hizo en su blog Alvy Singer, emparentaba dicha obra con Deconstructing Harry, lo que aproveché para hablar del mundo judeoamericano y la cercanía de Bellow a Allen más que a Fellini o Bergman, en esta ocasión encontré una similitud lejana entre cierto personaje y cierta trama no desarrollada, por desgracia, quizá, en El legado de Humboldt, con Balas sobre Broadway: un personaje del mundo del hampa cuya mujer está haciendo una tesis doctoral sobre Humboldt requiere de los servicios de Citrine al precio que sea, extorsionándole. Quizá el parentesco sea lejano, pero por lo mismo y dado que Bellow decide no continuar con esa trama -sí con el personaje del hampón, que saldrá hasta el final-, uno se imagina a dónde hubiera podido llegar. incluso, por qué no, se puede uno imaginar, el rostro de Cantabile interpretado por Chazz Palminteri. Y ya terminando con el binomio Bellow-Allen, y con las anécdotas, es interesante recordar que en otra de sus obras en las que el neoyorquino esta vez se inspira en Welles para crear un falso documental, estoy hablando de Zelig, el propio Bellow se interpretaba a sí mismo.

La novela es buena, está narrada con fluidez y es en cierto modo mucho más totalizadora que Herzog, es decir, invoca a un universo más amplio, habla de muchas más cosas y expone ideas tremendamente interesantes, como también aquella. Son dos novelas primas hermanas, aunque Herzog, particularmente, me gustó más.

En ambas novelas el personaje se halla en una encrucijada, en un momento clave de su vida en el que debe tomar decisiones y para lo cual reconstruye su vida, y para lo cual, y de paso, Bellow deconstruye a los personajes. El pasado se entrelaza en la narración con el presente y se va formando un todo que dará el sentido a cuanto acontece. Y en tal sentido uno se da cuenta de que ambos personajes se parecen asombrosamente entre sí y quizá al propio autor. Las mujeres de nuevo son quienes por un lado dan cierto sentido vital al personaje, a los personajes, y al tiempo quienes interrumpen de forma indiscriminada la acción para acercarnos a la vida real, anodina y cruel casi siempre, gozosa otras. Las mujeres y Bellow... las mujeres y Allen, y La Muerte. Eros y Tánatos (y Civilización), el judaísmo y el psicoanálisis...

Así describe Bellow a Citrine y sus ocupaciones. En un pequeño párrafo se puede decir que nos resume toda la obra en lo referente a su personaje principal:

(...) en aquellos momentos estaba ocupado, fiera, penosamente ocupado, personal e impersonalmente ocupado: personalmente con Renata y Denise, y Murray el contable, y los abogados y el juez y una infinidad de vejaciones emocionales; impersonalmente, participando en la vida de mi país y de la civilización occidental y sociedad global (una mezcla de realidad y de ficción). (pág. 131)

Y así es Humboldt, el personaje omnipresente y cuyo legado llena de misterio buena parte de la obra:

"Muy bien, Humboldt, conseguiste tu puesto en la cultura americana, al igual que Hart Schaffner y Marx lo consiguieron en capas y trajes, como el general Sarnoff lo logró en comunicaciones, como Bernard Baruch lo consiguió en un banco del parque. Como, según el doctor Johnson, los perros lo consiguieron sobre sus patas traseras y las señoras en el púlpito, excediendo curiosamente sus límites naturales. Orfeo, hijo de Greenhorn, surgió en el Greenwich Village con sus baladas. Amaba la literatura, la conversación intelectual y la dialéctica, amaba la historia del pensamiento. Muchacho fuerte, gentil y agraciado, creó su propia combinación del simbolismo y lenguaje callejero. En esta mezcla entraban Yeats, Apollinaire, Lenin, Freud, Morris R. Cohen, Gertrude Stein, las estadísticas de béisbol y las murmuraciones de Hollywood. Trajo Coney Island al Egeo y unió Buffalo Bill con Rasputín. Iba a unir el sacramento del arte y los Estados Unidos industriales como poderes iguales".

La obra mantiene varios enfoques: el protagonista es Citrine y el referente durante toda la obra es Humboldt, que unas veces se hace presente de manera clara y total, y otras desaparece para dejar el completo protagonismo a Citrine y sus miserias con las mujeres (ex y amante). Entre tanto, multitud de personajes secundarios, todos ellos trazados con auténtica maestría, diferenciados claramente por razón de sexo. En esta obra las mujeres juegan un papel fundamental y casi se muestran como pertenecientes a otro mundo paralelo. No solo las mujeres de Citrine, sino también las mujeres de Humboldt. De entre todas ellas destaca Renata, que junto con su madre nos ofrecen los pasajes de la novela más reveladores de la devilidad de Citrine, debilidad que en ocasiones llega a irritar por cuanto el lector no puede por menos que sentir que Citrine es un títere, un pelele y una nenaza que no reacciona ante nada. Sin embargo todo esto tiene un fin: es necesario mostrarnos el completo desamparo que Citrine tiene para entender mejor la relevancia que tendrá, precisamente, el legado de Humboldt en su vida.

El arte según Samuel Beckett (la realidad como raíl)

Por: Andreu Navarra Ordoño

El texto titulado El mundo y el pantalón (1) parece desarrollar una serie de ideas sobre el arte, y más concretamente, sobre el pictórico (aunque sus contenidos puedan ser aplicados a cualquier otra actividad creativa). Es muy probable que así sea (de otro modo escribiría muy perdido). Podría tratarse de un ensayo, aunque quizás sea mejor calificarlo de prosa, porque el texto no es, desde luego, un ensayo canónico o habitual. Este es el chiste amargo que lo encabeza:

EL CLIENTE: Dios hizo el mundo en seis días, y usted no es capaz de hacerme un pantalón en seis meses.
EL SASTRE: Pero señor, mire el mundo y mire su pantalón.

A continuación, se desarrolla una especie de letanía gélida, absolutamente desconcertante, que no cesará ya hasta el fin:

Para empezar, hablemos de otra cosa, hablemos de dudas antiguas, caídas en el olvido, o reabsorbidas por elecciones que no se ocupan de ellas, por lo que se ha convenido en llamar obras maestras, malas esculturas y obras de mérito.
Dudas de aficionado, claro está, de aficionado muy sabio, tal y como sueñan los pintores, que llega agitando los brazos y se marcha agitando los brazos, con la cabeza aturdida por lo que ha creído entrever. Qué tontería las preocupaciones del ejecutante, al lado de las angustias del aficionado, que nuestra iconografía de tres al cuarto ha cebado de fechas, de períodos, de escuelas, de influencias, y que sabe distinguir, hasta tal punto es sabio, entre un gouache y una acuarela, y que de vez en cuando cree adivinar lo que ama, manteniendo el espíritu abierto. Pues el pobre se imagina que nada de lo que es pintura debe serle extraño.

El lector de Samuel Beckett tendrá que irse acostumbrando a no analizar, a no comprender, a operar entre la nada. Porque leer a Beckett puede ser asomarse a la desnudez más absoluta, indigestarse y dejar el libro a la primera línea, o bien marearse y tener que irse a tomar un analgésico. De cualquier modo, uno siempre resulta enormemente enriquecido al leerle. Es como descalzarse un pie y mojar su punta en un río, en una corriente inexorable, y a la vez fría como el hielo, despiadada. Y esta corriente (luego descubriremos que de cristales rotos) es lo más parecido a la verdad. A la verdad cognoscitiva: a nuestras posibilidades reales de percepción. Esto es lo que nos fascina del autor. Su nivel nulo de fabulación o simpatía. Su honestidad sin ningún tipo de fisura.

Pero es falaz afirmar que es imposible comentarle. Una mentira como un templo. Paradójicamente, y lo demuestra el fragmento que hemos citado, Samuel Beckett es el artista de la claridad, es el escritor de la transparencia. Sus textos son, a la vez, de lo más comprensible. Lo que pasa es que nuestra realidad, nuestra percepción de ella, la de nosotros como lectores de él, nos nubla. Nos obnubila. Molesta. Hemos de partir de cero, como muchos de sus mutilados. Tenemos que atrevernos a mojarnos en su río, y bucear en él como lo haríamos en la conversación que nos brindara un buen amigo, de los que realmente nos complican nuestra vida haciéndola más placentera.

Partir de cero significa, en primer lugar, vaciar la mente de prejuicios; y, en segundo, liberarla del deber de tener que juzgar lo que se ha visto leído, comprendido. Esa es una de las primeras lecciones del fragmento (con la cabeza aturdida de lo que ha creído entrever). El aficionado, a quien se ha intentado aleccionar mediante toda una literatura de la recepción de obras de arte, cree entrever, por lo que nos situamos lejos de cualquier tipo de juicio absoluto. Porque cualquier juicio que pretenda ser coherente, es a la fuerza un absoluto.

Esta es la propuesta de Beckett, no solo en este texto sino en el conjunto de su obra: no tenemos por qué juzgar. No pasa nada. No hay nada. Somos bien poco. Por qué actuar. Por qué explorar. Por qué preguntarse por lo que pasa, por lo que pasó. Lo asombroso es que no se nos esté diciendo debéis hacer esto, o no hacer lo otro. Siempre podremos seguir haciéndolo, seguir preguntándonos, seguir dudando. De lo que se nos informa es de lo que no solemos hacer, de lo que solemos obviar gracias a nuestros prejuicios. Porque la realidad es un prejuicio. Lo prueba el hecho de que nos lo esté diciendo alguien que ha realizado todo esto, ha conducido estas preguntas hasta sus límites, se ha paseado por las fronteras de la nada sin pagar los aranceles que son la muerte, y se ha acercado a la extinción. Lo asombroso es que no nos lo esté diciendo un nihilista, un analfabeto que desprecie la cultura, sino uno de los hombres más leídos, más profundos, más rabiosamente cultos (así lo demuestra la abundante documentación que se evidencia tras esta prosa). Pero ni siquiera eso sabemos. Podría ser una erudición más o menos ficticia, o multiplicada mediante la palabra, como en el caso de Borges.

Todo esto en arte se traduce en una libertad total: radical y absurda. Cierto profesor de teoría de la literatura, de cuyo nombre sí quiero acordarme, siempre nos decía que el texto original, que la obra absolutamente nueva en todos y cada uno de sus constituyentes, era un imposible filosófico. Y lo es porque ese texto, esa obra, no sería reconocida como tal. La obra radicalmente nueva no se asemeja a nada, no es perceptible en cuanto obra de arte. Es un absurdo. No es ni siquiera una locura. Es una nada inconcebible. No puede existir.

Sam Beckett dice: vale la pena intentarlo. Esto es lo que nos propone: la creación pura, desde la nada. Es una cuestión de perspectiva, y no de resultados. Quizás Huidobro se aproximase a este estado de libertad taumatúrgica, que es la que, en el caso de Gerardo Diego, diferencia unos poemas de otros. El ciprés de Silos parte del ciprés de Silos. Gesta debe de partir de las proximidades de la nada conceptual, objetiva o exterior. Eso no significa que ambos poemas partan, según palabras del propio Diego, de su real gana poética. La diferencia entre un tipo de poemas y otro es meramente procedimental. Uno tiene referentes reales. El otro, no tanto.

Según Isaac Asimov (2), una entre las muchas teorías que intentan explicar el origen del universo es la del chorro primitivo. Consiste en una especie de explosión primitiva de energía de la que derivaría todo. La ordenación de toda esa energía desprendida es lo que diferenciaría el universo de la nada. Así se forma el arte según Beckett: a través de una manifestación arbitraria, fruto de la libre voluntad del artista. Así se crean nuevos universos, nuevas realidades.
Los críticos coinciden en señalar que los textos del autor posteriores a la segunda guerra mundial, si antes de ella indagaban en las contradicciones de la realidad, ya no pretenden vincularse con ella. Los personajes de Molloy, Malone muere o El Innombrable ya no se proponen entender ninguna realidad, por difusa que sea: han renunciado ella. No se proponen nada.

Un buen ejemplo de esto es Malone, suerte de anciano que vive recluido en lo que parece una habitación: sin recibir visita alguna. Malone no intenta recordar ya cómo llegó a la cama en la que convalece, se acerca al mundo a través de un bastón sin el cual se ve absolutamente indefenso. Como se ve, el autor es especialmente cruel con sus personajes. Para entretenerse, Malone intenta contarse una historia, la del joven Saposcat, pero fracasará una vez tras otra: Malone no soporta los tópicos de las historias de personas indefensas. La vida de Saposcat, Sapo, es un infierno. Malone no cree que la suya lo sea: todo le da igual. Se limpia con babas los puntos del cuerpo que nota sucias. Espía las nauseabundas relaciones sexuales de algún vecino (el sexo en Beckett aparece a menudo vinculado a la senectud). Hacia el final de la novela, que no es más que la suma de verbalizaciones mentales de Malone, vemos a este recluido en una suerte de manicomio u hospital. Durante una excursión, alguien llamado Lemuel asesina a todos sus compañeros con un hacha. Esto es lo último que se profiere en la novela:

ni con su lápiz ni con su bastón ni
ni luces luces quiero decir
nunca eso es tocará nunca
nunca tocaráeso es nunca
eso es eso es
nada

¿Quién es Malone? ¿Dónde ha estado durante toda la novela? ¿Quién es Lemuel? ¿Por qué comete el vil asesinato? ¿Se ha convertido Malone en Lemuel, o Lemuel en Malone? ¿Alguien se ha convertido en alguien? ¿Quiénes han muerto? ¿Qué significa eso es nada? ¿Muere Malone como vaticinaba en las primeras palabras de la novela? ¿Es Malone muere una novela? No parece haber respuestas. ¿Deben preocuparnos estas cuestiones? Según Félix de Azúa,

Beckett no busca una aproximación más o menos verosímil a la realidad sino la creación de una realidad independiente, una realidad literaria. Giacometti quería hacer un rostro, El Rostro, Beckett también quiere hacer, no imitar. Por eso todas sus obras son una sola obra y los géneros uno. (3)

¿No se parece este final de novela al del poema Altazor, de Vicente Huidobro ¿No intentan ambas obras alcanzar el mismo objetivo?

Hasta el siglo XX el arte partió de las cosas, quiso traducirlas a lenguajes distintos. El cubismo, el arte fauve,... hacía eso mismo pero pretendiendo acentuar el filtro que separaba el objeto del lienzo. Así el artista hacía de mediador descarado, más descarado que nunca, y aplicaba sus colores, su multiplicidad de perspectivas simultáneas, sus pruritos, sus visiones, sus abstracciones y, ¿por qué no?, sus voluntarias tonterías y puerilidades. Por eso el arte más contemporáneo expulsa a sus espectadores. Por eso los artistas más aplaudidos, más cotizados, más revolucionarios (pienso en Miró o en Tàpies) sean a la vez los más incomprendidos.
La pintura de los hermanos van Velde, los que Sam Beckett pone como ejemplos, (¿pintores ficticios?) no es ni abstracta, ni surrealista, ni cubista. No se preocupa de ser algo. Solo se preocupa de ser la nada, de plasmarla. Uno de estos dos hermanos no ha expuesto nunca. El otro realizó una exposición en Londres, en 1938.

La prosa es, en cierta forma, una aproximación a la obra de estos dos artistas, que practican algo más desquiciado que el automatismo: lo que hay en sus cerebros una vez vaciados de todo posible contenido. Por eso, dice Beckett, la pintura de uno de los hermanos es tan placentera. Porque libera, es una libertad que se aproxima al trance místico, la nada a ultranza, el garabato más insignificante, la más oculta y primordial de las pinceladas, mucho más cavernícola que la de los cavernícolas.

Una verdad no causal. Una arbitrariedad extrema, exenta de preocupaciones y de vinculaciones con el mundo exterior. Es la realidad autónoma, autosuficiente. Y por eso es, en cierto modo, relajante.

Estas concepciones son las que laten tras la obra de Samuel Beckett. ¿Qué hay detrás de ellas? ¿Qué se pretende? Una vez más nos lo contesta el fragmento citado cuando empezábamos: se trata de creer adivinar lo que se ama, de mantener abierto el espíritu. Porque traducir, comentar, comparar, es realizar la conversión de incomprensible a comprensible. El objetivo no es que esa conversión sea imposible, sino advertir que no es necesario hacerla. Eso no significa que no pueda hacerse, como la estoy haciendo yo. Eso significa que no pasa nada si no se hace: que somos libres de hacer lo que nos plazca con la obra. Podemos insultarla, olvidarla, calumniarla. Nada ni nadie debería exigirnos explicaciones. Otra cosa es lo que ocurra en nuestra sociedad. El juicio, la obligación de emitir enunciados exteriores que versen sobre tareas de los demás, es lo que arruina para Beckett el pensamiento humano. Lo que ha venido arruinándolo durante siglos de masoquismo conceptual.

Las frases siguientes ilustran la voluntad de libertad mental y receptiva, de libertad honrada. Son una crítica total al deber más o menos socializado de que el arte signifique, de que tenga que expresar, de que tenga que comprometerse con nuestro mundo habitual (el extracto reproduce estrictamente el orden del autor):

Eso llueve sobre los medios artísticos con una abundancia muy particular. Es una pena. Pues el arte no parece necesitar cataclismos para poder ejercerse.
Los estragos son ya considerables.

Con "Esto no es humano", está dicho todo. A la basura.

El día de mañana se le exigirá a la charcutería que sea humana.

Eso no es nada. Por lo menos estamos acostumbrados.

Lo que es propiamente espantoso es que el artista mismo lo admita.

El poeta que dice: no soy un hombre, no soy más que un poeta. El medio más rápido de hacer rimar amor y vacaciones pagadas.

El arte expresivo, tanto el formal como el informal, es un arte policial por lo que tiene de represor de la creatividad:

¿Quieren un existente adecuado? Pónganle un azul. Denle un silbato.

¿Les interesa el espacio? Hagamos que cruja.

¿Les atormenta el tiempo? Matémosle juntos.

¿La belleza? El hombre reunido.

¿La bondad? Extinguir.

¿La verdad? La ventosidad del mayor número.

Y el que modestamente nos parece uno de los más bellos pasajes formulables por un ser humano:

Se ha hecho lo imposible para que elija. Para que tome partido, para que acepte a priori, para que rechace a priori, para que deje de mirar, para que deje de existir, delante de una cosa que simplemente habría podido amar, o encontrar fea, sin saber por qué.

¿Puede existir amor al arte más sincero que el contenido en esta frase? ¿Puede aspirarse a mayor libertad? El verdadero arte, la verdadera escritura de Samuel Beckett se sitúan en otra realidad, la que resultó de la experiencia de la nada circundante, la realidad más verdadera que vive en el lenguaje, y que se alimenta de materia gris.
__________________
Notas:
(1) BECKETT, Samuel, Manchas en el silencio, Tusquets, Barcelona, 1990, págs. 25-52 (traducción de Jenaro Talens.)
(2) ASIMOV, Isaac, Cien preguntas básicas sobre la ciencia, Alianza, 1973.
(3) BECKETT, Samuel, Residua, Tusquets, Barcelona, 1969 (prólogo de Félix de Azúa).
 
Suscribete y recibe lo último de Viajero del Reino Digital