viernes, 2 de enero de 2009

El Humboldt de Bellow


Plaza & Janés.
Trad. Monserrat Solanas.
1976. 572 págs.

Saul Bellow nos cuenta (en su novela El legado de Humboldt) la historia de Charlie Citrine, escritor de éxito que, curiosamente ha ganado el Pulitzer (creo que dos veces), y curiosamente el propio Bellow lo gana con ésta novela en 1976. Este tipo de cosas me divierten, quizá llegó la hora de verlas como una coincidencia curiosa a reseñar y no darle vueltas como lo hice con el protagonista de Así se templó el acero, donde a su vez aludí al Sensini de Bolaño. El propio destino de la obra que leemos está aludido en la propia obra. Cuando el azar hace que la metaficción anticipe lo real es divertido, pero no creo que deba pasar de anecdótico, o que lo necesite.

Otra anécdota: si ya en la reseña anterior de Bellow a su obra Herzog, y aludiendo a un comentario que hizo en su blog Alvy Singer, emparentaba dicha obra con Deconstructing Harry, lo que aproveché para hablar del mundo judeoamericano y la cercanía de Bellow a Allen más que a Fellini o Bergman, en esta ocasión encontré una similitud lejana entre cierto personaje y cierta trama no desarrollada, por desgracia, quizá, en El legado de Humboldt, con Balas sobre Broadway: un personaje del mundo del hampa cuya mujer está haciendo una tesis doctoral sobre Humboldt requiere de los servicios de Citrine al precio que sea, extorsionándole. Quizá el parentesco sea lejano, pero por lo mismo y dado que Bellow decide no continuar con esa trama -sí con el personaje del hampón, que saldrá hasta el final-, uno se imagina a dónde hubiera podido llegar. incluso, por qué no, se puede uno imaginar, el rostro de Cantabile interpretado por Chazz Palminteri. Y ya terminando con el binomio Bellow-Allen, y con las anécdotas, es interesante recordar que en otra de sus obras en las que el neoyorquino esta vez se inspira en Welles para crear un falso documental, estoy hablando de Zelig, el propio Bellow se interpretaba a sí mismo.

La novela es buena, está narrada con fluidez y es en cierto modo mucho más totalizadora que Herzog, es decir, invoca a un universo más amplio, habla de muchas más cosas y expone ideas tremendamente interesantes, como también aquella. Son dos novelas primas hermanas, aunque Herzog, particularmente, me gustó más.

En ambas novelas el personaje se halla en una encrucijada, en un momento clave de su vida en el que debe tomar decisiones y para lo cual reconstruye su vida, y para lo cual, y de paso, Bellow deconstruye a los personajes. El pasado se entrelaza en la narración con el presente y se va formando un todo que dará el sentido a cuanto acontece. Y en tal sentido uno se da cuenta de que ambos personajes se parecen asombrosamente entre sí y quizá al propio autor. Las mujeres de nuevo son quienes por un lado dan cierto sentido vital al personaje, a los personajes, y al tiempo quienes interrumpen de forma indiscriminada la acción para acercarnos a la vida real, anodina y cruel casi siempre, gozosa otras. Las mujeres y Bellow... las mujeres y Allen, y La Muerte. Eros y Tánatos (y Civilización), el judaísmo y el psicoanálisis...

Así describe Bellow a Citrine y sus ocupaciones. En un pequeño párrafo se puede decir que nos resume toda la obra en lo referente a su personaje principal:

(...) en aquellos momentos estaba ocupado, fiera, penosamente ocupado, personal e impersonalmente ocupado: personalmente con Renata y Denise, y Murray el contable, y los abogados y el juez y una infinidad de vejaciones emocionales; impersonalmente, participando en la vida de mi país y de la civilización occidental y sociedad global (una mezcla de realidad y de ficción). (pág. 131)

Y así es Humboldt, el personaje omnipresente y cuyo legado llena de misterio buena parte de la obra:

"Muy bien, Humboldt, conseguiste tu puesto en la cultura americana, al igual que Hart Schaffner y Marx lo consiguieron en capas y trajes, como el general Sarnoff lo logró en comunicaciones, como Bernard Baruch lo consiguió en un banco del parque. Como, según el doctor Johnson, los perros lo consiguieron sobre sus patas traseras y las señoras en el púlpito, excediendo curiosamente sus límites naturales. Orfeo, hijo de Greenhorn, surgió en el Greenwich Village con sus baladas. Amaba la literatura, la conversación intelectual y la dialéctica, amaba la historia del pensamiento. Muchacho fuerte, gentil y agraciado, creó su propia combinación del simbolismo y lenguaje callejero. En esta mezcla entraban Yeats, Apollinaire, Lenin, Freud, Morris R. Cohen, Gertrude Stein, las estadísticas de béisbol y las murmuraciones de Hollywood. Trajo Coney Island al Egeo y unió Buffalo Bill con Rasputín. Iba a unir el sacramento del arte y los Estados Unidos industriales como poderes iguales".

La obra mantiene varios enfoques: el protagonista es Citrine y el referente durante toda la obra es Humboldt, que unas veces se hace presente de manera clara y total, y otras desaparece para dejar el completo protagonismo a Citrine y sus miserias con las mujeres (ex y amante). Entre tanto, multitud de personajes secundarios, todos ellos trazados con auténtica maestría, diferenciados claramente por razón de sexo. En esta obra las mujeres juegan un papel fundamental y casi se muestran como pertenecientes a otro mundo paralelo. No solo las mujeres de Citrine, sino también las mujeres de Humboldt. De entre todas ellas destaca Renata, que junto con su madre nos ofrecen los pasajes de la novela más reveladores de la devilidad de Citrine, debilidad que en ocasiones llega a irritar por cuanto el lector no puede por menos que sentir que Citrine es un títere, un pelele y una nenaza que no reacciona ante nada. Sin embargo todo esto tiene un fin: es necesario mostrarnos el completo desamparo que Citrine tiene para entender mejor la relevancia que tendrá, precisamente, el legado de Humboldt en su vida.

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