jueves, 7 de agosto de 2008
Hiroshima Mon Amour
Por LUIS JOSÉ DE ÁVILA
Hoy, 6 de agosto de 2008, se cumple el sesenta y tres aniversario del lanzamiento de la bomba atómica sobre la ciudad japonesa de Hiroshima, cuyas secuelas aún padecen hoy ciudadanos de aquel país. Días después, el nueve, una segunda bomba atómica destruyó Nagasaki. Para mi ha sido, sin duda alguna, una efeméride significativa ya que ese día, hace sesenta y tres años, tuve la suerte de nacer en Oviedo y no en Japón, coleando como estaba la II Guerra Mundial.
No tuve conciencia de la fecha hasta que estudiando primero de Bachillerato en los Dominicos de Oviedo me tropecé con ella en un libro de texto de Historia cuya asignatura nos daba a un grupo de adolescentes espabilados como Rafael Sariego, Ignacio Gracia Noriega, Antonio Masip Hidalgo, Juan Luis Rodríguez Vigil, José Manuel Montes Vidau, Roza Pontigo, etcétera, el fraile padre Eutimio, de Burgos, que siempre presumía, y con razón, de confesar a la esposa de Franco, la ovetense Carmen Polo, cuando venía a la capital del Principado. Aquel descubrimiento me marcó ya que rápidamente asimilé que con Hiroshima y conmigo -hoy hace sesenta y tres años nacieron otros dos ovetenses además de un servidor, ¿Qué habrá sido de ellos?- se iniciaba una nueva era en el mundo, la atómica, que sirvió militarmente hablando para dar por finalizada la II Guerra Mundial con la capitulación del imperio nipón.
Tras otra guerra, la fría, la caída del comunismo y el surgimiento del fundamentalismo islámico, a los sesenta y tres años de la bomba de Hiroshima somos más en el planeta tierra -seis mil millones de seres humanos-, pero continuamos igual de desavenidos. Es cierto que el humano es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra y además de ser también capaz de devorar a su semejante, pero también es cierto que nuestra sociedad ha avanzado, principalmente en medios materiales aunque no tanto morales.
La energía nuclear al día de hoy se utiliza a ambos lados: con fines pacíficos y de producción energética y con fines disuasorios y de carácter militarmente defensivo. Nunca ha vuelto a emplearse una bomba atómica destructiva desde la de Nagasaki. Se hacen pruebas y países emergentes y belicosos intentan hacerse con un arsenal de las mismas. Hoy por hoy Irak y Siria son la amenaza de Andrómeda. Corea del Norte ha tirado la toalla y Rusia se occidentaliza a pasos agigantados. Occidente, basada su economía y felicidad en un petróleo que no tiene y debe adquirir cada mes a precio más elevado, ve como ha entrado en una crisis estructural profunda, mientras todos los gurús, de occidente y de oriente, miran a la Casa Blanca norteamericana a la espera de quien se sentará en el sillón presidencial el próximo mes de noviembre. Yo, y otros muchos, apostamos porque sea el afroamericano Obama, aunque reconozco que no hay mejor blanco -no me refiero físico- que un negro en una casa blanca, pero los norteamericanos con casi diez mil muertos entre Afganistán e Irak ya han visto las orejas al lobo -no lo hacían desde la guerra del Vietnam- y quieren recuperar el vigor y empuje que en su día, allá por la década de los 60, les insufló Kennedy.
Iniciado el siglo XXI, el de las tecnologías de la comunicación, a decir de los expertos, nuestra sociedad camina a velocidad de vértigo hacia metas insospechadas para los de nuestra generación. Vivimos ya, a sesenta y tres años de la bomba de Hiroshima, en un mundo global, sin fronteras, lo que no impide movimientos localistas y vecinales que no paran de querer colocar alambradas al campo. Los aldeanismos de ciertos dirigentes autonómicos en nuestro país -afortunadamente no de Asturias- son un buen ejemplo de ello, pero lo que tiene que quedar bien claro, por encima de todo, es que aún a los 63 años, Hiroshima y los que ese día nacimos y seguimos teniendo la dicha de estar somos optimistas ante el futuro. Como solía decir mi abuela, no hay tormenta que no escampe y tengo, por tanto, mucha fe en las generaciones que nos preceden.
Sirvan estas líneas, en definitiva, de solidaridad y respeto con los ciudadanos de Hiroshima y Nagasaki, con los ciudadanos del mundo entero, en un día tan significativo y que siempre debemos de tener presente.
Hoy, 6 de agosto de 2008, se cumple el sesenta y tres aniversario del lanzamiento de la bomba atómica sobre la ciudad japonesa de Hiroshima, cuyas secuelas aún padecen hoy ciudadanos de aquel país. Días después, el nueve, una segunda bomba atómica destruyó Nagasaki. Para mi ha sido, sin duda alguna, una efeméride significativa ya que ese día, hace sesenta y tres años, tuve la suerte de nacer en Oviedo y no en Japón, coleando como estaba la II Guerra Mundial.
No tuve conciencia de la fecha hasta que estudiando primero de Bachillerato en los Dominicos de Oviedo me tropecé con ella en un libro de texto de Historia cuya asignatura nos daba a un grupo de adolescentes espabilados como Rafael Sariego, Ignacio Gracia Noriega, Antonio Masip Hidalgo, Juan Luis Rodríguez Vigil, José Manuel Montes Vidau, Roza Pontigo, etcétera, el fraile padre Eutimio, de Burgos, que siempre presumía, y con razón, de confesar a la esposa de Franco, la ovetense Carmen Polo, cuando venía a la capital del Principado. Aquel descubrimiento me marcó ya que rápidamente asimilé que con Hiroshima y conmigo -hoy hace sesenta y tres años nacieron otros dos ovetenses además de un servidor, ¿Qué habrá sido de ellos?- se iniciaba una nueva era en el mundo, la atómica, que sirvió militarmente hablando para dar por finalizada la II Guerra Mundial con la capitulación del imperio nipón.
Tras otra guerra, la fría, la caída del comunismo y el surgimiento del fundamentalismo islámico, a los sesenta y tres años de la bomba de Hiroshima somos más en el planeta tierra -seis mil millones de seres humanos-, pero continuamos igual de desavenidos. Es cierto que el humano es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra y además de ser también capaz de devorar a su semejante, pero también es cierto que nuestra sociedad ha avanzado, principalmente en medios materiales aunque no tanto morales.
La energía nuclear al día de hoy se utiliza a ambos lados: con fines pacíficos y de producción energética y con fines disuasorios y de carácter militarmente defensivo. Nunca ha vuelto a emplearse una bomba atómica destructiva desde la de Nagasaki. Se hacen pruebas y países emergentes y belicosos intentan hacerse con un arsenal de las mismas. Hoy por hoy Irak y Siria son la amenaza de Andrómeda. Corea del Norte ha tirado la toalla y Rusia se occidentaliza a pasos agigantados. Occidente, basada su economía y felicidad en un petróleo que no tiene y debe adquirir cada mes a precio más elevado, ve como ha entrado en una crisis estructural profunda, mientras todos los gurús, de occidente y de oriente, miran a la Casa Blanca norteamericana a la espera de quien se sentará en el sillón presidencial el próximo mes de noviembre. Yo, y otros muchos, apostamos porque sea el afroamericano Obama, aunque reconozco que no hay mejor blanco -no me refiero físico- que un negro en una casa blanca, pero los norteamericanos con casi diez mil muertos entre Afganistán e Irak ya han visto las orejas al lobo -no lo hacían desde la guerra del Vietnam- y quieren recuperar el vigor y empuje que en su día, allá por la década de los 60, les insufló Kennedy.
Iniciado el siglo XXI, el de las tecnologías de la comunicación, a decir de los expertos, nuestra sociedad camina a velocidad de vértigo hacia metas insospechadas para los de nuestra generación. Vivimos ya, a sesenta y tres años de la bomba de Hiroshima, en un mundo global, sin fronteras, lo que no impide movimientos localistas y vecinales que no paran de querer colocar alambradas al campo. Los aldeanismos de ciertos dirigentes autonómicos en nuestro país -afortunadamente no de Asturias- son un buen ejemplo de ello, pero lo que tiene que quedar bien claro, por encima de todo, es que aún a los 63 años, Hiroshima y los que ese día nacimos y seguimos teniendo la dicha de estar somos optimistas ante el futuro. Como solía decir mi abuela, no hay tormenta que no escampe y tengo, por tanto, mucha fe en las generaciones que nos preceden.
Sirvan estas líneas, en definitiva, de solidaridad y respeto con los ciudadanos de Hiroshima y Nagasaki, con los ciudadanos del mundo entero, en un día tan significativo y que siempre debemos de tener presente.
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